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Unas jóvenes de Fuente del Maestre fueron a Madrid a celebrar una despedida de soltera. El acto central de la fiesta de inminente casada consistió en una cena en un tres estrellas de mucha fama. Comieron muy bien y bebieron mejor, pero hubo un pequeño detalle que tuvo gran trascendencia: descubrieron un vino en la carta que les pareció a muy buen precio, 13, y pidieron una botella. Estaba tan rico que pidieron otra botella de 13 y, ya entusiasmadas, pidieron una tercera botella de 13. Alegres, dichosas y contentas, solicitaron la cuenta y, al verla, su euforia desapareció y su incredulidad se disparó: solo en vino, tenían que pagar 39.000 euros.
El quid de la cuestión es que, al repasar la carta, habían reparado en el 13 del precio del vino, pero no en la M mayúscula que seguía al número. M de mil. Es decir, como el restaurante era tan guay, tan chic y tan de 'celebrities', 'influencers' y 'socialités', en lugar de escribir tres ceros, utilizaban el número romano. Lo que siguió se lo imaginan: llamadas a Fuente del Maestre para explicar la situación y pedir ayuda, incredulidad de los padres y una despedida de soltera que se fue a la M.
Me contaron esta historia la otra tarde en Zafra y me aseguraron que es absolutamente cierta, nada de leyenda urbana. Es más, las chicas de la despedida entablaron pleito con el restaurante basándose en que 13 M no es lo mismo que 13.000 € y desconozco el resultado, aunque me ha quedado clara la moraleja: en los restaurantes, antes de pedir, hay que enterarse bien del precio de lo que se pide. Aunque no siempre es posible.
Ahí está el caso de los fuera de carta. A mediados de los 90, el periódico en el que escribía me envió a un restaurante de Santiago de Compostela a comer besugo. El propósito del reportaje era ser víctima del timo del fuera de carta: en el restaurante, situado en plena Rua do Franco, la calle más turística de la ciudad, el jefe de sala ofrecía a todos los clientes besugo, no cantaba el precio y en la cuenta te clavaban. Efectivamente, comí el besugo fuera de carta, pagué 5.000 pesetas (en aquel tiempo, un buen plato de pescado rondaba las 1.500) y denunciamos el timo.
Es obligatorio especificar el precio de los fuera de carta, pero en Extremadura solo se hace de manera sistemática en los restaurantes de Hervás. Desconozco la razón de tanta honradez pues en otras ciudades turísticas, ese precio se esconde, si bien es verdad que en Cáceres empieza ya a especificarse y en Plasencia, hace dos domingos, en Casa Juan, cantaron con profesionalidad el precio de cada plato extraordinario.
El pasado sábado, Don Poleo, crítico de En Salsa, escribía sobre la quinta gama, esos platos ya preparados que compran los restaurantes y te los venden como si los acabara de cocinar el chef, cuando solo les ha dado un toque final. Apuntaba Don Poleo que en Francia es obligatorio avisar de que te van a servir un producto de quinta gama. Aquí, nada de nada.
Me han enseñado un catálogo de productos de quinta gama en el que aparecían algunos platos que se están sirviendo este mes y se servirán este verano en unas cuantas bodas y comuniones: raciones de cochinillo deshuesado, envasadas al vacío y suavemente pasteurizadas que multiplican su precio por tres en el menú nupcial, bacalaos confitados, 'steaks tartar', rabos de toro deshuesados, carrilleras al oporto, 'coulants', 'brownies', 'cheesecakes'… No hace falta decir que la honradez es la regla general en los restaurantes extremeños, pero no está de más que se diga el precio de los fuera de carta, debería ser obligatorio especificar la quinta gama y, desde luego, si algo cuesta 13.000 euros, no cuesta 13M.
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