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Vamos a trasladarnos con la imaginación a un apocalipsis zombi para pensar qué cualidades nos serían más útiles en esa debacle tan explotada por la ... ficción. En novelas, películas y series, los que acaban devorados por los muertos vivientes, en un chorreante festín de casquería, no son los humanos valientes y con iniciativa, sino los pobrecitos que a lo mejor caen bien pero se les ve débiles y poco rápidos de pensamiento... Y esto es porque en la cultura occidental tenemos muy arraigado que, para sobrevivir en un entorno hostil, hay dos cualidades fundamentales: la fuerza, generalmente asociada a la agresividad, y la inteligencia, entendida como hipercompetitividad y ansia de perfección.
Parece algo indiscutible, ¿no? Pues hay mucho que debatir al respecto. Jonathan Benito, profesor e investigador de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Madrid, rompe con este mito y señala que la cualidad que realmente es útil para sobrevivir en un ambiente hostil (lo mismo en un apocalipsis zombi, que en un escenario catastrófico o en el mundo laboral, a veces tan parecido a los dos escenarios anteriores), no es ninguna de esas dos, sino la amabilidad, lo que en jerga técnica se llama prosociabilidad.
Y esto, explica, no solo es así en la actualidad. Siempre lo ha sido, incluso en la prehistoria, donde nos imaginamos a los más brutos o listos como amos del cotarro. «Evolutivamente, ser el más fuerte dejó muy pronto de ser suficiente... Por ejemplo, los osos eran más fuertes. Entonces, diríamos que fueron los inteligentes quienes sobrevivieron, pero tampoco fue así: los neandertales eran más fuertes e inteligentes que los 'sapiens'..., ¡pero su problema es que estaban todo el día a palos! Y los 'sapiens' se impusieron porque fomentaron la prosociabilidad: tenían más interacción entre ellos y de ahí surgía un trasvase de conocimientos e información que desembocó en avances».
El caso es que, a pesar de todo, el ser humano no se desentendió del todo de la agresividad y la hipercompetitividad como herramientas útiles para escalar en las jerarquías (sociales, laborales, personales...) y destacar dentro de un grupo. «Pero conviene evitar ambas cosas», aclara el experto, que nos lo explica desde el punto de vista de la neurociencia.
Esa gente que va como pisando cabezas, con mirada desafiante, levantando la voz, usando un tono amenazador e ironías hirientes, «mirando como si le debieses dinero» –como dice Benito–, lo que está haciendo inconscientemente es intentar abrirse camino dentro de un grupo social y evitar la expulsión (el castigo máximo, porque es antisupervivencia). «Normalmente, lo hacen aquellos que se sienten amenazados de forma reiterada y no gozan de buena autoestima. Son, paradójicamente, personas vulnerables emocionalmente», desvela. ¿Por qué no es rentable? Por varias cosas. Primero, porque genera resentimiento en los demás –'hiere' algo muy ancestral en nosotros, porque nos supone una amenaza– y ese resentimiento «nunca va a generar nada positivo», solo desata rechazo y ansia de venganza. Y esto, ¿qué consecuencia tiene? Que los que lo sufren se unirán y cooperarán para 'derrocar' al agresivo.
Otro motivo por el que ser agresivo no sale rentable es que «resulta extenuante y reduce ostensiblemente la esperanza de vida, debido al estrés que supone mantener esa posición dominante», afirma el investigador, quien destaca que las personas agresivas están sometidas a un desgaste fisiológico de primera magnitud. Un ejemplo: los machos alfa de las manadas de ciervos viven menos años, porque les agota tener que copular con todo el harén de hembras y defender su estatus.
Estar obsesionado por sobresalir por encima de los demás tiene la misma desventaja que la agresividad: pone a la gente en tu contra y genera estrés. Aunque tiene también una razón evolutiva: no queremos ser percibidos como los menos capaces, porque entonces nos echarían del grupo. «Pero, paradójicamente, si fuésemos perfectos en todo, resultaríamos repulsivos, generando también un rechazo inmediato», apunta. Lo ideal es ser un poco competitivos, pero sin que eso desencadene una reacción negativa que se vuelva en nuestra contra.
Jonathan Benito insiste en que ser amable y cultivar la prosociabilidad es «rentable». «Debes serlo aunque solo sea por egoísmo, porque vas a ser más feliz, pero también porque vas a tener menos enfrentamientos y tienes posibilidad de vivir más años». Según indica, lo que tienes garantizado es que, si tú eres amable, el 95% de las personas que te rodean te van a devolver ese trato. ¿Y el 5% con el que somos majos y no nos corresponde? ¿Dejamos de serlo? No. Esta es una trampa en la que muchos caemos. «Con ese 5% debemos actuar con asertividad y ponerles límites, que no vean debilidad. Y centrarnos en el resto y disfrutar».
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